¿Quién es el verdadero culpable? Analizando por qué cada vez más adolescentes se visten como adultas

Es lunes 9 de junio. Entro a mi cuenta de X (Twitter, para los reales) y me encuentro con un debate que capta mi atención de inmediato. Se viralizó una foto que una adolescente de 13 años subió a TikTok después del recital de Airbag en River. En la imagen, se la ve en corpiño, bajo el texto: “como salí del recital”. Y claro, explotaron las opiniones.

“Traigan de vuelta a las teen bands”, escribió la usuaria que abrió el hilo. Y ahí arrancó: miles de personas sumándose con nostalgia a la idea de que ya no existen figuras infantiles como en los 2000. Que si Floricienta, que si High School Musical, que si las novelas de Cris Morena. Pero también surgieron otras voces que apuntaron más profundo: que esto no es algo nuevo, pero hoy se ve más. Y sí, es momento de hablar de eso.

La adolescencia y el deseo de parecer más grandes

El deseo de crecer rápido es algo que atraviesa generaciones. Querer vestirse como una adulta, maquillarse, ponerse tacos, usar un top: no es exclusivo de esta época. Lo que sí cambió radicalmente es el nivel de exposición al que están sometidas las chicas. Antes, esas exploraciones quedaban puertas adentro, o como mucho en la cámara digital de una amiga. Hoy, cualquier elección de vestuario puede convertirse en contenido viral.

Y ahí está el problema. No en que las chicas quieran jugar con su identidad —porque eso es parte del crecimiento—, sino en el sistema que las empuja a hacerlo desde la mirada de un adulto. Porque una cosa es crecer, y otra es ser presionada a adelantar etapas para entrar en la lógica del like, del algoritmo, del impacto.

Y sí, no quiero ser esa persona que culpa de todo a las redes sociales, pero en este caso… se me hace difícil no hacerlo. Hoy, vestirse, mostrarse, crear un estilo personal está directamente ligado a las redes sociales. No importa si tenés 13 o 30. Es probable que te inspires en Pinterest, en Instagram, en TikTok, en tus influencers favoritas. El problema es que para muchas adolescentes, sus referentes están al menos una década por delante. Y la línea entre admiración e imitación se vuelve difusa.

¿Dónde está el límite entre expresión y presión?

El algoritmo no distingue edades. Si una nena de 12 busca “outfits festival look” en TikTok, no le va a mostrar looks pensados para su edad. Le va a mostrar cuerpos hegemónicos, tops minúsculos, labios delineados, cejas perfectas, ropa ajustada y maquillaje que simula una adultez que todavía no llegó.

Y no, no se trata de “taparlas” o “protegerlas” desde un lugar moralista. El problema no es que se animen a expresarse: el problema es que muchas veces no tienen herramientas para discernir si lo que eligen les gusta o las hace sentir cómodas.

La socióloga Eva Illouz habla de cómo vivimos en una “economía del deseo”, donde los afectos, los cuerpos y las estéticas se vuelven mercancía. Y en esa lógica, las adolescentes se convierten en usuarias, creadoras y targets al mismo tiempo. El deseo de mostrarse deja de ser propio y empieza a estar condicionado por lo que es vendible, viralizable, en tendencia.

Esto pasó siempre, pero ahora lo vemos en tiempo real

Porque seamos honestas: esto no empezó con TikTok. La sexualización de las adolescentes no es una novedad. Viene desde hace décadas en la televisión, en las revistas y en la música. Pero la diferencia es que hoy está hiperacelerada, amplificada y descontrolada por las redes.

Lo que antes veíamos en un videoclip ahora aparece en scroll infinito. Lo que antes era un comentario en el recreo, ahora se convierte en una opinión viralizada por miles de personas. Y lo que antes quedaba en la intimidad, ahora está al alcance de cualquiera con un celular.

¿Y los adultos?

La verdadera pregunta es: ¿quién está cuidando a estas chicas? Porque no está bien que una adolescente sienta que tiene que mostrarse como mujer adulta para ser escuchada, vista o validada. Tampoco está bien que eso se confunda con libertad o empoderamiento.

No se trata de demonizar a las chicas. Se trata de mirar al sistema completo: la industria, las familias, los medios, las plataformas, los adultos que consumen, comentan, viralizan. Porque si seguimos responsabilizándolas a ellas, no vamos a poder ver lo esencial: que el problema nunca fue cómo se visten, sino por qué sienten que tienen que vestirse así.

Entonces, ¿quién tiene la culpa?

La culpa no es de la nena que se sacó una foto después del recital. Tampoco es de su ropa. Ni de Airbag, ni de TikTok por sí solo. El problema es mucho más complejo: es un sistema que empuja a las adolescentes a “valer” por su impacto visual, que no les da tiempo ni espacio para equivocarse sin ser expuestas, que no tolera la etapa intermedia.

Capaz no haya un solo culpable, tampoco soy quien para determinar si lo hay, pero hay algo que es cierto: el rol de los adultos y las plataformas es fundamental. No se trata de poner frenos o censurar, sino de ofrecer herramientas que permitan a las adolescentes tomar decisiones informadas sobre sus cuerpos, su imagen y sus deseos, sin que estos sean moldeados únicamente por un algoritmo.

Porque, al final del día, el verdadero desafío es asegurarnos de que las adolescentes puedan ser vistas, pero no solo por su apariencia, sino por sus ideas, sus voces y su potencial, sin ser presionadas a moldearse según una imagen preconcebida. Y eso, quizás, es algo que todos deberíamos cuestionarnos.

Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *