Si empiezo a cantar “Don’t wanna grow up, I wanna get out”, probablemente alguien que creció en los 2000 me responda “Hey, take me away”. No hay dudas: Un viernes de locos (2003), protagonizada por Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis, es una de esas películas que definieron la infancia y adolescencia de toda una generación. Y este agosto, ambas actrices regresan a la pantalla grande con una nueva versión de esta historia, que vuelve a poner sobre la mesa algo que Hollywood sabe hacer muy bien: jugar con la nostalgia.
Una historia que no se cansa de reinventarse
El origen de Freaky Friday está en la novela de Mary Rodgers de 1972, un relato sobre intercambios de cuerpos que parecía sencillo pero escondía una gran lección: solo entendemos al otro cuando literalmente nos ponemos en sus zapatos. Desde entonces, la historia tuvo múltiples adaptaciones (televisivas, teatrales y cinematográficas), pero fue la versión de 2003 la que quedó grabada en la memoria colectiva. Esa película no solo nos mostró el carisma de Lindsay Lohan en su mejor momento, sino que también cimentó a Jamie Lee Curtis como una de las reinas absolutas de la comedia.
En esta nueva entrega, dirigida por Nisha Ganatra, nos reencontramos con Anna (Lohan), ya adulta, que mantiene vivo su vínculo con la música como representante de artistas, al mismo tiempo que ejerce su rol de madre soltera de Harper (Julia Butters). Tess (Curtis), su madre, ahora la acompaña en este camino, y como en la primera película, un casamiento desencadena el conflicto central: un enredo de cuerpos que esta vez se duplica, ya que también se cruzan los destinos de Tess y Lily (Sophia Hammons).
El poder de la nostalgia en la cultura pop
Más allá del guion, esta película brilla por cómo apela a nuestra memoria emocional. Desde cameos inesperados (como Elaine Hendrix, la inolvidable Meredith de Juego de Gemelas), hasta pequeños guiños como la fecha de la boda de Anna (sí, el icónico 3 de octubre de Mean Girls), todo está diseñado para despertar en el espectador esa sensación de estar volviendo a un lugar seguro.
La nostalgia funciona como un puente: conecta el pasado con el presente, y logra que espectadores que ya no consumen tanto cine adolescente vuelvan a las salas para revivir emociones que parecían guardadas en el cajón de la infancia.
Nostalgia como estrategia de marketing
En la industria cinematográfica, la nostalgia se convirtió en una de las herramientas más efectivas para garantizar audiencia en un contexto donde la competencia es feroz. Los estudios saben que no basta con estrenar “algo nuevo”, sino que lo familiar vende, especialmente en un mundo en el que el espectador busca refugio y certezas.
Ejemplos sobran: Top Gun: Maverick (2022) fue un fenómeno global que combinó acción moderna con guiños a la cinta original; Barbie (2023) utilizó décadas de historia del juguete para conectar con distintas generaciones; y Disney mismo lleva más de una década lanzando remakes live-action de sus clásicos animados.
En este contexto, Otro viernes de locos no solo es una película familiar, sino también un producto pensado para reactivar el vínculo emocional de una generación con el cine.
Lindsay Lohan, un regreso esperado
Aunque Lohan ya había tenido apariciones en proyectos de streaming, este es su verdadero regreso al cine mainstream. Fresca, divertida y con la misma chispa que la hizo brillar hace veinte años, su presencia es el verdadero corazón de la película. A su lado, Jamie Lee Curtis vuelve a demostrar que pocas actrices logran equilibrar la comedia física con la ternura emocional de la misma manera.
Claro que hay detalles que podrían haberse trabajado mejor: el rol de personajes como Jake (Chad Michael Murray) o las amigas de Anna queda reducido a simples cameos, y la mecánica del intercambio de cuerpos resulta algo forzada en comparación con la versión de 2003, pero la película cumple con lo que promete: hacernos reír, emocionarnos y, sobre todo, hacernos recordar.
¿Por qué seguimos cayendo en la trampa nostálgica?
La respuesta está en cómo funcionan las películas nostálgicas: no solo nos entretienen, sino que nos invitan a reconectar con quiénes fuimos cuando las vimos por primera vez. En tiempos de incertidumbre, volver a esas historias se convierte en un acto casi terapéutico.
Además, desde el punto de vista del mercado, la nostalgia asegura un piso de audiencia. No importa tanto si la crítica es positiva o negativa: lo que importa es que el público quiera “volver a sentirse como antes”, aunque sea por dos horas en el cine.

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