Vivimos inmersos en un universo de tendencias. Basta con abrir TikTok para ver cómo cada semana una nueva estética se impone como “la identidad del momento”: lo vimos con el Office Siren, el Balletcore, el regreso del Y2K, entre otras. Y si bien nuestro primer instinto puede ser pensar que estas microtendencias no son más que otra expresión del hiperconsumo (una especie de recordatorio disfrazado de algoritmo que nos dice qué comprar para ser percibidas como cool), ¿qué pasa si algunas de ellas son, en realidad, el reflejo de algo mucho más profundo? ¿Y si la moda, como siempre lo hizo, está diciéndonos algo sobre el estado de la economía?
¿Qué es una recesión económica y qué tiene que ver con cómo nos vestimos?
Primero, pongamos las bases. Se considera que un país entra en “recesión técnica” cuando acumula al menos dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo en su Producto Bruto Interno (PBI). Es decir, cuando la economía se contrae en lugar de expandirse. Y aunque pueda parecer una relación lejana, la historia ha demostrado que la moda, como reflejo directo del contexto cultural, político y económico, suele responder a estos movimientos con una sensibilidad casi oracular.
A lo largo de distintas épocas, ciertas preferencias en vestimenta, maquillaje y consumo comenzaron a ser observadas como posibles indicadores de que el panorama económico no estaba tan bien como pensábamos. No por nada existen términos como el Hemline Index (el índice del dobladillo), una teoría que nació en los años 30 y sugiere que cuanto más largas son las faldas, peor es la situación económica. Según este razonamiento, en tiempos de prosperidad la moda se vuelve más atrevida, las faldas se acortan, y la libertad se expresa incluso desde la tela. En épocas difíciles, en cambio, se elige lo más recatado, discreto y conservador.
Tacos altos, lápiz labial rojo y faldas largas: ¿se puede predecir una crisis económica desde un vestidor?
Otra teoría, tan llamativa como simbólica, es el High Heel Index (índice del taco alto). Observaciones realizadas durante distintas recesiones del siglo XXI mostraron una tendencia curiosa: cuanto peor va la economía, más altos tienden a ser los tacos. Por ejemplo, tras la crisis financiera de 2008, hubo un boom de plataformas y stilettos altísimos. El razonamiento detrás de esta teoría es más emocional que económico: en momentos de incertidumbre, buscamos compensar la sensación de inestabilidad con una estética más poderosa, dominante, hasta agresiva.
Lo mismo sucede con el llamado Lipstick Index, bautizado así por Leonard Lauder (presidente de Estée Lauder), cuando notó que durante la recesión de 2001 las ventas de labiales, especialmente en tonos rojos intensos, subían incluso cuando el resto del mercado de cosméticos bajaba. ¿Por qué? Porque en tiempos donde el dinero escasea, las personas buscan placeres accesibles que les devuelvan una sensación de control y belleza. Una pequeña dosis de lujo que no implique romper el presupuesto.
¿Minimalismo por necesidad o por estética?
En este mismo contexto, vale la pena pensar en el auge reciente del Quiet Luxury o el Office Siren: estéticas basadas en paletas neutras, líneas puras, y prendas “inteligentes” que comunican sofisticación sin exhibicionismo. Hoy, usar prendas sin logo puede ser más poderoso que mostrar una etiqueta de diseñador. Pero también puede reflejar una necesidad: proyectar estabilidad y elegancia con el menor gasto posible. Lo que en otras épocas se consideraba un lujo ostentoso, hoy se transforma en una estrategia silenciosa de sobrevivencia simbólica.
Este “minimalismo por conveniencia” también es una respuesta a una realidad económica en la que comprar menos, invertir en piezas más versátiles y evitar lo llamativo se percibe como una elección inteligente… y sensata.
¿Y qué pasa con el pelo?
Incluso los cortes de cabello entran en juego. En tiempos de recesión, el pelo corto vuelve a estar de moda. No solo por estética: requiere menos mantenimiento, menos productos, menos tiempo en la peluquería. Como diría Coco Chanel, “Una mujer que se corta el cabello está por cambiar su vida”, pero quizás, también, por cuidar su bolsillo.
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Lejos de ser un mundo superficial, la moda es un termómetro social. Es espejo y también síntoma. Tal vez no podamos predecir la próxima crisis solo mirando lo que se usa en las pasarelas, pero sí entender que las formas en las que nos vestimos o consumimos moda están profundamente atravesadas por el clima económico, político y emocional en el que vivimos.
Así como el arte refleja los estados de ánimo de una sociedad, la ropa también lo hace. La diferencia es que la llevamos puesta todos los días.
Entonces, la próxima vez que veas una tendencia viral, quizás valga la pena hacerse la pregunta: ¿es solo una moda… o estamos vistiéndonos como quienes queremos ser en tiempos de crisis?

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