“La moda es cosa de mujeres”… ¿segura? 

Es una frase que escuchamos todo el tiempo. Como si fuera obvia. Como si viniera de fábrica. La moda es cosa de mujeres. Se repite en titulares, campañas publicitarias, alfombras rojas, y se cuela en conversaciones cotidianas como si describiera una verdad innegable: que las mujeres entienden la moda, la consumen, la aman. Que la industria existe para ellas.

Pero, ¿qué pasa si te dijera que es mentira?

Ayer, cuando se confirmó que Pierpaolo Piccioli, reconocido por convertir a Valentino en un templo de la elegancia contemporánea, es el nuevo director creativo de Balenciaga, un dato volvió a salir a la superficie: actualmente, solo el 27% de las direcciones creativas en las 35 firmas de moda más importantes están en manos de mujeres.

Sí. Menos de un tercio. En una industria que se construye sobre sus cuerpos, que lucra con su deseo y que, en nombre de ellas, erige imperios estéticos y económicos.

El club de los pocos elegidos

Y no se trata solo de una cuestión de género. Cuando ampliamos el plano, la falta de diversidad racial también es alarmante. Salvo contadísimas excepciones como Virgil Abloh, que revolucionó Louis Vuitton hasta su temprana muerte, o Maximilian Davis en Ferragamo, los grandes nombres del diseño siguen respondiendo a un mismo perfil: hombres, blancos, europeos, con educación formal en escuelas de moda. La idea de que solo este tipo de figura puede liderar el relato creativo de una maison todavía sigue muy vigente.

Y eso importa. Porque la dirección creativa de una marca no es solo una función estética: es poder simbólico, político y cultural. Es decidir qué cuerpos serán representados, qué historias se contarán, a quién se le hablará desde la pasarela. Y cuando ese lugar sigue monopolizado por un mismo grupo, la narrativa también se vuelve limitada.

¿Moda femenina o negocio masculino?

Resulta curioso (¿o no tanto?) que el discurso público haya asociado históricamente la moda a lo femenino, pero que el poder real (los puestos jerárquicos, las decisiones millonarias, los créditos en los titulares) siga estando mayoritariamente en manos masculinas.

Durante años, nombres como Karl Lagerfeld, Tom Ford, Hedi Slimane, Marc Jacobs o Raf Simons marcaron el pulso de la industria. Y si bien el talento no está en discusión, hay algo que empieza a incomodar: ¿por qué todavía nos sorprende cuando una mujer, una persona racializada o alguien fuera del molde accede a ese lugar?

La respuesta es incómoda pero clara: la moda no es cosa de mujeres, es cosa de poder. Y ese poder, todavía, no se reparte de manera justa.

¿Quién diseña el futuro?

Cuando en 2023 Phoebe Philo volvió a la industria con su propia marca después de años fuera del radar, el entusiasmo fue inmediato. No por marketing, sino por lo que su mirada representa: una moda que piensa en cómo se mueve el cuerpo, que no necesita seducir a nadie más que a quien la viste. Lo mismo podría decirse de figuras como Grace Wales Bonner, Simone Rocha, Marine Serre o Aurora James, que traen propuestas frescas, con nuevas preocupaciones: sostenibilidad real, multiculturalismo, otras narrativas.

Entonces, mientras Piccioli (un diseñador brillante, nadie lo duda) está listo para liderar en Balenciaga, conviene también preguntarnos qué está en juego cuando una firma elige a su director creativo. ¿Qué quiere decir esa elección? ¿A quién le está hablando?

Porque en una industria que vive del deseo, es hora de preguntarse también quién lo moldea, quién lo dirige, quién tiene el micrófono.

Y si realmente creemos que la moda es de mujeres, entonces es tiempo de que también empiece a pertenecerles.

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