¿El éxito mata a la creatividad? Repensando el boom de las secuelas

El director de la famosa comedia romántica “10 cosas que odio de ti”, Gil Junger, reveló que está trabajando en una secuela de la tan aclamada película llamada “10 cosas que odio de las citas”. De hecho, será una trilogía y se espera que las próximas películas se titulen “10 cosas que odio del matrimonio” y “10 cosas que odio sobre los niños.” Esta noticia nos hizo reflexionar, y mucho. En los últimos años, pudimos observar cómo cada vez son más las películas o series que tienen precuelas, secuelas, reboots o nuevas adaptaciones. En medio de este contexto, queremos detenernos a reflexionar qué es lo que lleva a distintos profesionales a preferir revivir una idea del pasado a crear algo nuevo.

“10 cosas que odio sobre ti” es la película de confort de muchas (yo misma me incluyo), un enemies to lovers exquisito. Protagonizada por Heath Ledger y Julia Stiles, el guión es una adaptación de “La fierecilla domada” de Shakespeare perfectamente adaptada a los noventa. La película transcurre en una secundaria estadounidense y se centra en las hermanas Stratford: Bianca, popular y superficial, y Kat, sarcástica, inteligente y poco interesada en las relaciones. Su estricto padre solo permite que Bianca salga con chicos si Kat también lo hace, lo cual parece imposible… hasta que Cameron, un nuevo alumno que quiere salir con Bianca, idea un plan: pagar para que el rebelde Patrick Verona conquiste a Kat. Con los años, esta película se volvió un clásico, es una de esas películas en las que salió todo bien, en la que los elementos se combinaron de forma ya no química sino más bien alquímica.

Pero… entonces, si esta es una película tan querida por su público… ¿por qué no nos agrada la idea de que tenga una secuela? Sin ir más lejos, este año también se estrenará una secuela de Un viernes de locos y una serie adaptada de Legalmente rubia. Esto no es novedad: viene ocurriendo hace años. ¿Pero a qué se debe?

En tiempos de incertidumbre como el que nos toca vivir, los grandes estudios de Hollywood se tiran de cabeza a por las apuestas seguras. Es decir, a aquellos títulos que han atraído al público en masa tanto en salas como en plataformas. ¿Es puro cálculo? Sí. Pero también es otra cosa: el refugio emocional de lo conocido.

Vivimos en una era donde lo nuevo genera ansiedad y lo viejo, consuelo. Y Hollywood, que siempre supo leer las emociones del momento, ahora vende nostalgia. No ideas nuevas. No voces frescas. Nostalgia. Así como Stranger Things capitalizó el amor por los ochenta, o Top Gun: Maverick apeló a una versión más simple del heroísmo, las secuelas llegan para recordarnos una época donde el mundo parecía menos caótico. Y eso reconforta. Pero también limita.

Porque al revivir historias que ya conocemos, se corre el riesgo de perder algo fundamental: el hambre de decir algo diferente. De inventar nuevos mundos. De tomar riesgos. En lugar de buscar la próxima 10 cosas que odio de ti, estamos reciclando la que ya conocemos, esperando que vuelva a tocarnos igual… cuando en el fondo, sabemos que eso es casi imposible. El tiempo, y el contexto, hacen a la magia. Y la magia no siempre se repite.

El éxito, entonces, no necesariamente mata a la creatividad. Pero la acorrala. La vuelve un lujo, en lugar de una necesidad. Es mucho más cómodo producir algo con un fandom asegurado que apostar por una historia que nadie conoce. Pero la comodidad rara vez empuja al arte hacia adelante.

Y acá es donde se abre otra pregunta más incómoda: ¿de quién es realmente la responsabilidad? ¿De los estudios… o del público? Porque si seguimos eligiendo consumir lo mismo de siempre, ¿cómo esperamos que nos den algo distinto?

La creatividad necesita espacio para fallar. Pero en una industria donde cada película se juega millones, fallar se volvió un privilegio que pocos pueden darse. Por eso lo nuevo queda relegado a circuitos alternativos, festivales o cine de autor. Mientras tanto, las salas se llenan de lo ya probado, de lo que tiene merchandising listo, de lo que “funciona”.

Y sin embargo, seguimos yendo. Porque amamos esas películas. Porque queremos volver a sentirnos como cuando las vimos por primera vez. Porque nos cuesta soltar.

Pero quizás sea momento de preguntarnos si no estamos frenando la posibilidad de nuevas historias, de nuevos clásicos, por aferrarnos a los de siempre. Porque mientras seguimos esperando que Patrick Verona regrese, puede que nos estemos perdiendo al próximo Heath Ledger.

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